Los que vivimos en Japón sabemos que abril es un mes de cambios. La primavera nos regala sus flores y después del invierno se siente en el aire el cambio. Puede ser favorable y emocionante para algunos, lleno de retos para otros, pero los cambios existen y causan ansiedad ante lo desconocido y no solo para los hijos que se independizan, sino también para los padres, causando muchas veces lo que se llama “Síndrome del nido vacío”. No es igual, pero en japonés hay algo parecido en los jóvenes que se llama 五月病 (go gatsu byou), lo que significa “enfermedad de mayo”. Abril es un mes de cambios como dije anteriormente y estos cambios causan malestar, sobre todo en mayo después de las mini vacaciones del Golden Week, hay síntomas de un excesivo cansancio, desmotivación y ansiedad. Las causas pueden ser el estrés laboral y la mala adaptación a las nuevas circunstancias.
Hoy quiero concentrarme en lo que ocurre con los padres cuando los hijos se van de casa.
Que los hijos se independicen forma parte de un ciclo vital normal dentro del sistema familiar. Sin embargo, cuando este momento genera sentimientos negativos intensos (tristeza, vacío, pérdida, soledad, ansiedad o irritabilidad, entre otros) aparece lo que se conoce como el “Síndrome del Nido Vacío” en los padres.
Puede darse en ambos, aunque, según los estudios, es más frecuente en las mujeres. Ello se debe a que uno de los principales roles que, tradicionalmente, ha desempeñado la mujer, ha sido el de cuidadora, por lo que cuando sus hijos se marchan, se queda sin cubrir. Posiblemente, parte de los motivos por los que las mujeres tienden a experimentar más este tipo de sentimientos, se deba a que estos episodios coinciden, frecuentemente, con la menopausia y, por ende, con una serie de cambios fisiológicos y emocionales importantes.
En ocasiones, estos sentimientos negativos se aprecian en personas que se han sentido realizadas a través de la maternidad/paternidad, descuidando sus propias necesidades personales. Dichas personas lo viven como una crisis existencial: su vida ha perdido el sentido, no saben qué hacer, en qué ocupar el tiempo, a quién cuidar.
Por otra parte, para algunas parejas, el momento en que se marchan sus hijos de casa puede resultar complicado de sobrellevar, ya que vuelven a encontrarse cara a cara sin saber bien qué decirse, después de haber pasado unos cuantos años volcados en ellos, habiendo relegado su relación a un segundo plano, incluidos los conflictos que existían antes del nacimiento de los mismos. Ahora, dichas cuestiones que no se resolvieron, resurgen. Se produce el reencuentro de la pareja sin que medien las funciones paternas. Es un momento crítico que implica no solo aceptar que los hijos se “marchan”, sino también la necesidad de revisar, redefinir y negociar tanto el vínculo de la pareja como los proyectos en curso, tales como el tipo de relación que se va a mantener con las nuevas estructuras de familia que realicen los hijos.
A veces, la turbulencia entre los padres sobreviene cuando el hijo mayor deja el hogar, mientras que, en otras familias, la perturbación aparece progresivamente a medida que se van yendo los hijos, y en otras cuando está por marcharse el menor. Por tanto, uno de los principales antídotos para poder superar la crisis que supone adaptarse a esta etapa, será que la pareja cuide su relación sin ser desplazada por el rol de padres, y potencien intereses y actividades que favorezcan esta unión. A partir de este momento, se inicia un periodo de reajuste y elaboración de nuevos roles y patrones de interacción en la familia. Es más, puede convertirse en un momento de revitalización de la pareja, ya que abre nuevas opciones si adoptan una posición de apertura a otros intereses que no sean los límites familiares. En relaciones de pareja equilibradas, este momento puede haber sido una expectativa esperada, ya que representa un período de mayor libertad, ideal para descargarse de responsabilidades (emocionales y económicas entre otras). Es un buen momento para llenar la vida de nuevos proyectos.
Asimismo, los padres que fomentan la autonomía de los hijos a lo largo de los años, vivirán mejor este momento.
En definitiva, es importante no vivirlo como una pérdida -aunque inicialmente se les eche de menos- sino como un tipo de relación que se transforma. No obstante, si se vive con dolor, hemos de dejarnos atravesar por él hasta que se extinga por sí mismo. Si los síntomas (tristeza, ansiedad, irritabilidad) persisten de forma intensa y/o causen elevado malestar y deterioro en el funcionamiento cotidiano, será conveniente consultar con un especialista.
Por Psicóloga Irma Aráuz L.



