La educación moral en casa y en la escuela

Por lo general, los padres, enviamos a los hijos a la escuela y pocas veces nos preguntamos lo que allí sucede. Muchos confiamos a la escuela la formación de nuestros hijos y no sabemos muchos detalles del cómo eso sucede. Desde hace varios años, el destino me colocó en una posición donde puedo ver al sistema educativo japonés desde dentro. Veo a los niños, a sus maestros, y veo las relaciones que entre ellos se tejen. Por eso, en esta ocasión quiero hablar un poco sobre un aspecto de la educación en Japón que siempre me pone a reflexionar. Me refiero a la educación moral en la escuela.

Para comenzar, entendamos a la moral como un trasfondo de valores necesario para que todos vivamos en santa paz. Es un implícito necesario para la convivencia. La moral se aprende desde casa, desde las interacciones más tempranas, la gente se regula una a la otra. La escuela también hace su parte, con una currícula explícita y otra implícita. Todo está encaminado a inculcar en los niños valores específicos que los hagan miembros honorables de ESTA sociedad.

Dootoku se llama la clase de moral. Se imparte desde el tercero de primaria, con base en un libro lleno de historias para reflexionar. Sin embargo, la parte fuerte de la educación moral, no se da es ese libro, sino en las actividades prácticas del diario. Las escuelas tienen toda una agenda de actividades grupales que coordinan y monitorean los profesores. Para realizarlas, los niños son organizados en han (班), la unidad social básica. El han es el grupo, el equipo al que el niño estará comprometido, y al que se espera responda con cooperación, lealtad y entusiasmo. El fin último de la cooperación con el han es alcanzar pequeñas metas grupales: exponer un tema, organizar juegos, coordinar para hacer una visita, practicar un baile, una exposición, etc.

En cada actividad y en cada retroalimentación, en cada pequeño logro, se refuerza una moral centrada en valores grupales. Es en el hacer grupal, donde los niños aprenden a ir en rebaño hacia adelante, en respetar rangos, escuchar y aprender de los mayores, a no confrontar y a no hacer cosas que no se relacionan directamente con el objetivo establecido colectivamente. Los japoneses suelen estar muy orgullosos de esa conciencia grupal, y seguro tienen razón. Eso es lo que los ha llevado al lugar donde están. Incluso se suelen comparar orgullosos con el individualismo occidental. Es decir, comparan mucho este colectivismo con la cultura que da realce al logro individual, la que glorifica a quien es especial, que sobresale sobre el resto y se abre camino con sus medios y su propio talento para ser un ganador.

Personalmente no me gusta asumir la vida como una competencia individual; pero hay algo que también me incomoda del otro extremo que exalta la conformidad con el grupo, y eso es precisamente lo que me lleva a la reflexión. ¿Dónde nos situamos? ¿Inculcamos a los niños en casa tal grado de conformidad, de individualismo?, o ¿será que compartimos otros valores que nos posibilitan ser flexibles, alegres y al mismo tiempo responsables, independientes y a la vez solidarios?

A final de cuentas, cada vez que veo a los niños en la escuela participando en sus actividades grupales, me parece genial poder ver crecer a mis hijos aprendiendo la importancia de la cooperación grupal, y que al mismo tiempo sean capaces de tener otros referentes, reconocer hasta dónde sacrificar lo individual, darle la importancia debida a sus propios deseos y necesidades, y saber “cambiar de piel” frente a un colectivo que exige tanto al individuo. La escuela, en efecto cumple su función inculcando valores para formar un ideal de individuo, y cuando ese ideal no es del todo mi ideal, salta a la vista la importancia de lo que hacemos en familia. Cultivemos entonces aquello que nos identifica y que nos vuelve orgullosos de lo que somos.

Por Juan Antonio Yañez