13 de abril de 1943, estamos en el aeródromo de Campo Henderson, en la isla de Guadalcanal, y un operador de radioescucha intercepta un mensaje cifrado japonés que fue prontamente descodificado. En él se indicaba que el Comandante en Jefe de la Flota Combinada japonesa, el afamado Almirante Isoroku Yamamoto, iba a realizar una visita de inspección a la guarnición de Boungaville, en el archipiélago de las islas Salomón, en el Pacífico Sur. En el mensaje se indicaba todos los pormenores del periplo del Almirante Yamamoto; una oportunidad en bandeja, ya que se presentaba una ocasión única de eliminar a tan formidable opositor.
Se le comunica al presidente norteamericano, Franklin Delano Roosevelt, que el jefe máximo de la flota enemiga estará durante unas horas al alcance de los cazas asentados en Guadalcanal. Eliminar a Yamamoto, el antiguo alumno de Harvard y Agregado Naval en Washington, el que planeó el ataque a Pearl Harbor es algo que Roosevelt no puede rechazar y aprueba la misión.
Es así que bajo el nombre de «Operación Venganza”, Estados Unidos preparó una emboscada contra Yamamoto, que consistía en un ataque a larga distancia con el objetivo único de eliminarle y retornar a Guadalcanal sin más. Se destina para el operativo una escuadrilla de dieciocho bimotores Loockheed P-38 Lithtning, los únicos cazas con más de setecientos kilómetros de autonomía, casi al término de su capacidad, pues no cabía la posibilidad de repostar combustible. La misión no será empresa fácil: tendrán que encontrar un objeto diminuto entre las inmensidades del mar y el cielo. Para pasar inadvertidos, vuelan con las radios en silencio y a ras del agua. En las inmediaciones de Boungaville, elevan su altura y otean el horizonte como aves de rapiña. Si la comitiva japonesa se retrasa mucho tendrán que abandonar la misión por falta de combustible. De pronto, aparecen en el horizonte, allí están: son dos bombarderos Mitsubishi G4M, escoltados por seis cazas Zero.
Se entabla un combate desigual y aunque uno de los P-38 fue derribado, la aeronave donde viajaba el Almirante Yamamoto fue alcanzada por un bombardero enemigo y derribada cuando intentaba escabullirse volando casi a ras de los árboles sobre la jungla de Ballae. Al día siguiente, una patrulla japonesa encuentra el avión siniestrado. El cadáver de Yamamoto está bajo un árbol, todavía en su asiento. Al parecer salió despedido cuando el aparato impactó en la floresta. El almirante parece dormido, la cabeza reclinada sobre el pecho y aferrando la empuñadura de su sable en las manos. Presentaba dos orificios de bala, uno en la espalda y otro en la mandíbula, éste último de necesidad mortal.
Sus restos mortales fueron llevados a Buin, donde se incineraron y sus cenizas fueron recibidas por el acorazado Musashi en Rabaul y repatriadas hacia Japón. Recibió todos los honores un funeral de Estado en Tokyo el 5 de Junio de 1943 y a titulo póstumo el Emperador le ascendió al grado de Mariscal de Almirantes.
La pérdida del Almirante Yamamoto tuvo, sin duda, indudables repercusiones en el desarrollo de las operaciones japonesas y coincide con el momento en que la guerra en el Pacífico cambió definitivamente de signo. En efecto, la muerte de Yamamoto fue un golpe prácticamente decisivo a la armada imperial, que ya se tambaleaba tras el desastre de la Batalla de Midway.
Con la muerte de Yamamoto, no se borró su legado. Gracias a él todas las flotas de las grandes potencias, tanto en la Segunda Guerra Mundial como después, adoptaron la doctrina naval basada en el dogma ofensivo de los portaaviones como punta de lanza de una Armada.
Miguel Ángel Fujita Graduado en Literatura U.N.M. de San Marcos - Perú Profesor de español en la A.I. de Toyokawa E-mail elchasquicorreo@hotmail.com