Para muchos latinos emigrantes, no deja de sorprender la sensación de seguridad con la que uno puede transitar las distintas ciudades japonesas. Sin preocupaciones de ningún tipo, ni la amenaza latente y el desgaste emocional de pensar que uno puede ser víctima de un robo o asalto.
Por más que la gran mayoría de latinoamericanos hayan crecido con esa sensación de inseguridad ciudadana, Japón es la mayor demostración que es posible vivir con ese derecho que deberíamos tener todas las personas.
Bajo un combo perfecto que mezcla leyes rigurosas, políticas de prevención del crimen y un conjunto de actividades comunitarias y educativas, el país nipón se erige como uno de los lugares más seguros del mundo para habitar.
En 2021, Japón ocupó el puesto número 12 en el Índice Global de la Paz que lidera Islandia. Pero, por si fuera poco, según la oficina de Naciones Unidas sobre drogas y crímenes, en Japón se cometieron en el 2018 0,28 homicidio por cada 100.000 habitantes. En Brasil, por ejemplo, fueron 30,8 homicidios en 2017. Una diferencia impresionante entre ambos países.
No hay duda que actualmente la gran mayoría de habitantes de Japón consiguen dormir tranquilos gracias a la seguridad proporcionada por una política de tolerancia cero a las armas y a un sistema policial comunitario en vigor desde hace más de 100 años.
La educación en diferentes escalas es uno de los pilares claves para la estructuración de este modelo de seguridad ciudadana.
«En Japón, los niños aprenden desde bien temprano que es un crimen quedarse con lo que no es suyo. No existe eso de «encontrado no es robado», señala Mayumi Uemura, directora de una escuela brasileña en Japón.
Uemura cuenta que asiduamente se invita a los estudiantes a participar en actividades con la policía. Estas pueden ser desde charlas sobre el uso de drogas hasta hacerles participar en el campeonato de fútbol que organiza el propio cuerpo.
En ese sentido, la educación temprana, sumado a la integración comunitaria con una institución como la policía es fundamental. No solo por una cuestión de aprendizaje y estimulación temprana, sino por la interacción y la construcción de respeto hacia una institución clave como la policía, garantes de la seguridad.
Pero no solo se trata que los niños desde temprana edad sean más conscientes sobre temas de criminalización, sino también de la importancia de la educación vial y, por ende, del respeto hacia la vida de las personas.
«Muchos brasileños no saben que aquí está prohibido llevar a alguien atrás en la bicicleta», afirma Mayumi Uemura. Un detalle que puede parecer menor, pero si se toma en cuenta el alto índice de accidentes de tránsito por incumplimiento de diversas normas en países latinoamericanos, la educación vial cobra mayor valor.
Disfrutemos de la seguridad ciudadana proporcionada por el excelente sistema japonés. Aprendamos sus normas para una convivencia armoniosa y colaboremos en función del crecimiento y la seguridad de nuestra comunidad y las personas que nos rodean.
Por: Adrián Marcos García
Comunicador Audiovisual de la Pontificia Universidad Católica del Perú
E-mail: amarcos1771@gmail.com