La Embajada Keicho

Japón, mediados del siglo XVI. Misioneros jesuitas y franciscanos comienzan la evangelización del accidentado país. Es lo que se conoce como el «siglo cristiano de la historia de Japón» (1543-1640), que comenzó con una relativa tolerancia a la presencia cristiana en el archipiélago y terminó con la política aislacionista y las ordenanzas anticristianas del shogunato Tokugawa, proscribiendo la religión cristiana en Japón. En pleno auge de evangelización, Date Masamune 伊達政宗(1567-1636), señor de Mutsu (en la actual región de Tōhoku), presumiblemente convertido al cristianismo en 1610, decide enviar, por cuenta propia, una expedición diplomática a Europa tras conocer al sacerdote franciscano Luis Sotelo (1574-1624) que sería su consejero y principal impulsor de la embajada. El objetivo principal de esta misión fue de carácter comercial: la apertura de nuevas rutas comerciales entre Japón, las colonias españolas y Europa. Por lo que se refiere a Sotelo, su intención,era inclinar la balanza en Japón en favor de los franciscanos, arrebatándoles, de esa forma, el protagonismo a los jesuitas, que contaban con el único obispado existente en el archipiélago, en Nagasaki, región de Kyūshū. Junto al padre Sotelo viajaría, en representación de su Señor, el samurai Hasekura Tsunenaga  支倉常長 (1571–1622).  A Sotelo y Hasekura les acompañaban otros dos sacerdotes, 150 japoneses y un grupo de españoles. El 28 de octubre de 1613 parte la denominada Embajada Keichō (慶長使節) desde Sendai a bordo del navío San Juan Bautista, construido para la ocasión. A comienzos de enero de 1614, la expedición llega a los puertos de Acapulco y Veracruz, en Nueva España. Luego, atravesaron el mar Caribe y el océano Atlántico hasta llegar a España, donde tocaron tierra en Sanlúcar de Barrameda el último día de setiembre de 1614. Ya se imaginará, querido lector, el asombro de los aventureros japoneses ante reinos desconocidos y costumbres tan extrañas. Siguen viaje hasta Sevilla y Madrid, donde son recibidos, ya entrado el año de 1615, por la Corte y por el rey Felipe III, con un discreto desinterés al saber que los visitantes son enviados de un poderoso señor feudal y no del soberano de aquellos lejanos reinos de Oriente. Al mes siguiente Hasekura es bautizado como Felipe Francisco de Faxicura (transliteración del apellido Hasekura al español). En agosto de 1615, dejan Madrid y se dirigen al Mediterráneo. En Barcelona embarcaron hacía Italia, pero tuvieron que recalar en la costa francesa durante un breve tiempo. A finales de octubre llegan a Roma y el 3 de noviembre son finalmente recibidos por el pontífice Pablo V, quien nombra a Fray Sotelo obispo de Mutsu, como era su ardiente deseo. Luego, retornan a España y son recibidos nuevamente por el rey, con resultados negativos. Terminada la misión emprenden el tortuoso regreso al lejano Japón. Durante el camino de vuelta, la Misión recala cerca de Sevilla, en el poblado de Coría del Río, en las riberas del río Guadalquivir. Se dice que no pocos de los japoneses de la Embajada Keicho, al parecer, complacidos por la hospitalidad sevillana decidieron establecerse en Coria y no volver a Japón por temor a ser perseguidos por las fuerzas del shogún Tokugawa. En cuanto a Hasekura, el sentido del honor le obligó a regresar, tras mil peripecias, por Nueva España y Filipinas hasta el puerto de Nagasaki, en 1622. Después de 11 años de viaje la Embajada Keicho retorna a Japón, pero los tiempos han cambiado: el cristianismo está proscrito y los fieles perseguidos. Japón comienza a cerrarse a la influencia extranjera y lo foráneo es mal visto. El otrora samurai Hasekura, ahora llamado Felipe Francisco Faxicura, es inmediatamente encarcelado por orden del shogún (y murió poco después), Fray Sotelo es quemado vivo sin contemplaciones. Así terminó la aventura Keicho.
Por: Miguel Fujita

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