Japón atraviesa una crisis demográfica sin precedentes. En 2024, por primera vez desde que existen registros, el número de bebés nacidos cayó por debajo de los 700.000.
Según datos del Ministerio de Sanidad, se registraron solo 686.061 nacimientos, 41.227 menos que el año anterior. Este dato marca el noveno año consecutivo de descenso y revela una tendencia alarmante que se ha venido acentuando desde la década de 1970.
Más allá de las cifras, este fenómeno plantea preguntas profundas sobre la estructura de la sociedad japonesa y los desafíos que enfrentan sus ciudadanos, especialmente los jóvenes. La tasa de fecundidad, que indica el número medio de hijos por mujer, ha descendido a 1,15, cuando lo necesario para mantener estable la población es 2,1. Esto significa que cada nueva generación es significativamente más pequeña que la anterior.
¿Por qué los japoneses tienen cada vez menos hijos?
Las razones no son simples ni únicas. Existen factores económicos, como el alto costo de vida, la precariedad laboral y la inseguridad financiera de las nuevas generaciones. Sin embargo, creo que el problema va más allá del dinero.
En Japón, muchas mujeres se ven obligadas a elegir entre formar una familia o avanzar en sus carreras profesionales, debido a la falta de apoyo real para conciliar ambas responsabilidades. El sistema laboral, con horarios extensos y una fuerte cultura del trabajo, no permite espacios adecuados para la vida familiar.
Desde una perspectiva social, también se observa un cambio en los valores. El matrimonio ya no es una prioridad para muchos jóvenes, y la presión social que antes existía para formar una familia ha disminuido. A esto se suma la soledad creciente, el aislamiento en las grandes ciudades y la falta de redes comunitarias, que también influyen en la decisión de no tener hijos.
El gobierno japonés ha impulsado programas como la “Estrategia para el futuro de los niños”, pero hasta ahora no ha logrado frenar el declive. A mi parecer, el problema no se resolverá solo con subsidios o incentivos económicos. Se necesita una transformación más profunda, que incluya cambios en las normas laborales, igualdad de género, y una nueva visión del equilibrio entre la vida personal y profesional.
Con mis 38 años, observo esta realidad con preocupación, pienso que el caso japonés es una advertencia para otros países: si la sociedad no se adapta a las nuevas realidades y no apoya activamente a las personas jóvenes que desean formar una familia, el futuro se verá comprometido. La baja natalidad no es solo una cuestión de números; es un reflejo de las prioridades, tensiones y estructuras sociales de una nación.