Hace más de 25 años cuando vine a estos lares mis expectativas eran distintas, nunca imaginé quedarme. Mi visión era limitada acerca la realidad de este nuevo mundo que empezó a cambiar a grandes pasos cuando sin tomar conciencia decido unir mi vida a otra cultura. Al ser mamá por primera vez mi preocupación se hizo grande haciéndome ver mi realidad en este país donde el idioma ya era una limitación, pues ser madre implicaba tener una visión más amplia sobre esta cultura, sus tradiciones, gastronomía, historia y además deberes y derechos.
El proceso de interacción en la comunicación con las personas en el hospital, el barrio, luego la vida social en el colegio de mis hijos me hizo ver la necesidad de aprender el idioma tan complicado llevándome a asistir por las noches a Kumon Language.
Aprender una nueva cultura no significó que deje la mía, además me permitió conocer e identificarme con esta nueva cultura, entender a las personas e integrarme, pero sobre todo a poder enriquecer a mis hijos con dos culturas, porque aprendieron a conocer su cultura y la mía, siempre habría un tema extra. Ellos a diferencia de los niños japoneses estaban entre dos idiomas, dos gastronomías, dos tipos de tradiciones y costumbres, y tenían opción a elegir. Eso hizo que crezcan respetando la diversidad cultural, desarrollando su habilidad para reconocer otras culturas, adaptarse y ser tolerantes en la diversidad.
Claro que todo ha sido un proceso y lo recuerdo y lo veo cada año en las Navidades, y otras festividades que también son nuestras y a pesar del tiempo de vivir en Japón no sé pierden. He podido ver que, con el paso de los años y su paralelo a su madurez física, la forma nuestra de celebrar con la típica cena de pollo al horno, el panteón, las vajillas de porcelana, el espumante, etc., sé hacen parte de sus vidas. Claro que a todo esto le añadí algunas cosas propias de esta cultura cómo la torta blanca, algunos dulces de mochi, el chancho seco algo dulcete en rodajas. Y aunque no esperaremos hasta la media noche porque al día siguiente mi esposo trabaja y ellos tienen que ir a sus escuelas, compartir el espíritu navideño en familia, unidos y tomándonos de las manos para la oración de Navidad, es también ahora parte en la vida de mi esposo japonés, porque tanto él como yo aprendimos a convivir entre su cultura y la mía.
Ya estamos a términos de año y al ver llegar la caja del panteón, mi esposo y el más pequeño de mis hijos saborean diciendo «natsukashi” «qué rico”, lo cual me reafirma que mi casa es una fusión de dos culturas, la peruana y la japonesa.
Este fin de año también decoraré la casa al estilo japonés y prepararé la comida tradicional japonesa «osechi” con bocadillos entre dulces y salados, y le agregaré adobo de carne y pollo al horno y bocadillos de queso y galletas. Definitivamente nuestra mesa resulta particular para los amigos del trabajo de mi esposo o sus tíos que nos visitan en estas fechas, algo que mi esposo disfruta mucha, además de deleitarse con cada bocado. Mientras que mis hijos esperan con ansias el adobo de carne y la crema de la papa a la huancaína. Soy consciente de que esta forma festejar las fiestas de fin de años solo podrán continuar a través de mis hijas, por eso cada año trato de seguir enseñándoles. Mi anhelo es que Dios me dé la oportunidad de enseñarles mi Navidad a mis nietos como mis abuelitas me lo enseñaron a mí.
Finalmente, quiero desear Feliz Navidad y un Próspero Año Nuevo a todos los padres de familia de nuestra comunidad latina que día a día luchan en este país derrumbando barreras y abriendo caminos para sacar adelante a sus hijos, Dios los bendiga al igual que a sus familias.
Por: Una madre latina en Japón