Al ser uno de los lugares más famosos de Japón, fue uno de los primeros que nos recomendaron visitar en Kioto, diciéndonos que vayamos preparados para una “escalada” ligera, y si fuera posible, visitarlo antes o después del verano.
Al ver que el verano llegó temprano este año, tan solo unos días después de esa charla, consideramos visitar en otoño, pero la curiosidad pudo más y decidimos ir a inicios de julio pasado.
Localizado en el distrito Fushimi en la ciudad de Kioto, es el santuario más importante dedicado al espíritu de Inari, deidad japonesa del éxito y la abundancia.
Reconocido por elementos destacables como sus bellas estatuas de zorros y las aparentemente innumerables estructuras conocidas como Torii, que se despliegan a través de todos los senderos que recorren el lugar.
Los zorros son los mensajeros de Inari, representados en mitos como seres inteligentes cumpliendo roles de guardianes de aldeas y bosques, pero también famosos por jugar bromas a las personas.
Los Torii naranjas son donaciones de familias, compañías o particulares, ofrecidas como tributo a Inari a cambio de buena fortuna en los negocios.
Aparte de los Torii, también se encuentran múltiples altares y piedras “otsuka” en diferentes puntos de la montaña. Un altar rodeado con piedras colocadas verticalmente, con nombres inscritos y tributos en frente, puede dar la sensación de un cementerio a primera vista, pero se trata solo de una forma tradicional de rendir tributo a los dioses relacionados con la fe en Inari.
Aunque este recinto sagrado es muy famoso entre los turistas, también recibe regularmente visitantes de todas las fases de la vida. Excursiones de estudiantes, abuelitos y abuelitas en peregrinaciones religiosas, parejas jóvenes o vecinos del santuario en una caminata por la naturaleza. Incluso deportistas trotando por los escalones sin importar la altura o el piso mojado.
Una aventura
Salimos desde nuestro hospedaje en Kobe a las 9 am y llegamos a la entrada del Santuario alrededor de las 10:30 am, donde fuimos recibidos por el ajetreo de visitantes al santuario.
Iniciamos nuestro ascenso teniendo de acompañantes el sol, el calor y un desafío adicional que no habíamos considerado. Resulta que tomar buenas fotos es mucho más difícil cuando hay personas constantemente pasando frente a tu cámara. Si en algún momento teníamos 10 segundos para ajustar la cámara o tomar una buena pose, nos podíamos considerar afortunados.
Por suerte, a medida que ascendíamos la situación empezó a mejorar considerablemente. Como si nos adentráramos en un mundo distinto, poco a poco se perdían los ruidos de las pisadas y los murmullos de las multitudes, dejando como protagonistas solo el santuario y los secretos ocultos en este.
La vegetación se hacía cada vez más espesa, y los Torii se pegaban tanto que el sendero asemejaba un túnel naranja cortando camino en la montaña. Los dos elementos juntos brindaban una sombra que con la brisa fría proveniente de los riachuelos que bajan por la montaña, convertía la experiencia en una refrescante caminata por la naturaleza.
A manera de guía podría definir 4 puntos de referencia en el camino, cada uno delimitando una sección grande del ascenso:
- La entrada con las tiendas y el altar principal donde se puede pagar tributo a la deidad Inari.
- Una intersección de 3 caminos, con el retorno marcado con un letrero grande colgando de los Torii.
- Un lago alrededor de la mitad del ascenso, rodeado de altares y tiendas para descansar.
- Una intersección con vista panorámica a la ciudad de Kioto, que sirve como punto de descanso con tiendas y restaurantes.
La gran mayoría de turistas y estudiantes suelen llegar hasta el lago antes de dar media vuelta para bajar. Desde la intersección con vista panorámica nacen tres caminos, y todos pueden llevar a la cima de la montaña. Dos de ellos te llevarán a una ruta circular por la montaña, mientras que el último es un camino directo hacia la cima.
No pensándolo mucho escogimos un camino al azar hacia la cima, donde al llegar hicimos una corta celebración antes de bajar de nuevo hasta la vista panorámica para tomar un merecido descanso. Compramos helado y Kakigōri (raspado de hielo o raspadilla), nos sentamos a disfrutarlos en un local con asientos tradicionales en tatami y una engawa (un tipo de corredor en la parte externa de las casas) con vista al bosque y a la ciudad.
Donde el mito cobra vida
En el último tramo del ascenso recuerdo pasar por quizá 5 altares (con piedras otsuka acompañantes) en menos de 1 hora. Con estructuras similares y solo pequeñas diferencias entre ellas, empecé a dudar si no era en realidad el mismo lugar cada vez. Y en el descenso hubo varios puntos donde el camino volvía a ascender antes de retomar cuesta abajo, haciendo cuestionarme si no habíamos tomado otro camino a la cima por accidente.
Aunque hay mapas en distintos puntos de la montaña, y solo hay unas cuantas intersecciones en el camino, aún se puede tener la sensación de estar perdido. Con recorridos circulares, y tramos que combinan subidas y bajadas en una misma dirección, se siente como si la montaña misma estuviera haciéndome trucos, digno del folclor atribuido a los espíritus de zorros cuyas estatuas vigilan el camino.
A pesar de haber ido en quizá en una de las épocas menos recomendables, creo que ha sido mi visita favorita hasta el momento. Incluso después de visitarlo me da la sensación de querer verlo nuevamente bajo otras circunstancias y me pregunto ¿Cómo sería visitar por la noche?, ¿Cómo sería visitar en otoño o en invierno?, ¿Sería mejor venir temprano en la mañana para evitar los grupos grandes?
Quizá en otra ocasión obtenga respuesta a esas dudas, pero de lo que no tengo dudas es sobre mi recomendación personal: Si tienen la oportunidad de visitar Kioto, y están dispuestos a hacer una caminata larga, consideren agendar al menos medio día para visitar este fantástico lugar.
Por: Sebastián Burbano
Becario del programa “Simpatizante Nikkei 2024” de la Agencia de Cooperación Internacional del Japón (JICA)