Vuelta de tuerca

Estamos en junio de 1942, en un minúsculo atolón coralino en medio del océano. Japón busca tomar Midway, última base estadounidense en el Pacífico fuera de Hawaii. El plan nipón era obligar a la flota norteamericana a enfrentarse con todo su poderío a la Armada Imperial, en momentos en que la superioridad naval japonesa era indiscutible. La cuestión era atraer a los portaaviones enemigos para hundirlos todos juntos, ocupar Midway y ampliar el perímetro defensivo de Japón. La ocupación de Midway no era parte de una campaña para conquistar Estados Unidos, sino que estaba orientada a eliminar el poder estratégico de Norteamérica en el Océano Pacífico, dejándole a Japón las manos libres para establecer una gran esfera de influencia política y económica en el todo el sudeste asiático. Los japoneses también esperaban que, con una nueva derrota, a Estados Unidos no le quedaría más remedio que negociar la paz en unas condiciones favorables para Japón.

Así las cosas, las dos escuadras rivales se encontraron en Midway, en un combate que decidiría el curso de la guerra. Y vaya que así lo fue. El feroz enfrentamiento fue desastroso para los intereses nipones ya que la Armada japonesa perdió, entre otras muchas embarcaciones, cuatro magníficos portaaviones, gran parte de la flota aérea embarcada y muchos de sus mejores combatientes de mar y aire. Una pérdida que resultaría, a la postre, irremplazable.

La batalla de Midway supuso el fin de la supremacía japonesa en el Pacífico en el momento máximo de su expansión militar. Midway constituye un antes y después en el desarrollo de la guerra: ya nada volvería a ser igual. Como consecuencia de la irreversible derrota, a partir de ese momento, Japón cedería la iniciativa de las acciones a los norteamericanos, pasando a defender las conquistas alcanzadas hasta ese entonces. Y es ahora que las cosas se le comenzaban a poner muy difíciles para Japón. Ya lo había advertido el mismísimo Comandante de la Flota Imperial, el Almirante Isoroku Yamamoto —opositor a la idea de una guerra con los Estados Unidos y, conocedor del potencial estadounidense, no creía que Japón pudiese ganar una guerra contra tan formidable rival—, que la única posibilidad de ganar la guerra era asestar un golpe rápido y decisivo, una iniciativa relámpago que deje al enemigo sin capacidad de reacción y que los que obligue a negociar la paz. En caso contrario, el Japón sufriría el intenso desgaste de una larga guerra diseminada por el inmenso océano y no tendría ninguna posibilidad de salir airoso del conflicto. Sea como fuere, lo cierto es que Japón nunca pudo reponerse del resultado de la aplastante derrota de Midway. Y no hablamos, estimado lector, del duro golpe a la moral japonesa, que ya fue bastante. Nos estamos refiriendo a que las posibilidades industriales del Japón eran abrumadoramente inferiores a las del enemigo: por ejemplo, durante toda la guerra, encargó la construcción de sólo 14 portaaviones, mientras los estadounidenses iniciaron nada menos que 104 —¡Siete veces más!—. Es importante anotar que Japón carecía de materias primas y las tenía que obtener de los territorios conquistados de ultramar. No olvidemos también las dificultades logísticas de mantener un imperio colonial diseminado por gran parte de Asia y Oceanía, distante y rodeada por mar. Además, al perder la superioridad naval tuvo que lidiar con los ataques a su flota mercante y de abastecimiento. Pero lo peor para los japoneses fue la imposibilidad de reemplazar el material humano: excelentes pilotos, marinos, y soldados experimentados y fogueados. En fin, la guerra tenía todavía para largo tiempo. Sálvense quien pueda.

Miguel Ángel Fujita
Graduado en Literatura U.N.M. de San Marcos - Perú
Profesor de español en la A.I. de Toyokawa
E-mail elchasquicorreo@hotmail.com

You cannot copy content of this page