El ser humano es sociable por naturaleza, convivir con otras personas dentro de un círculo social es necesario para sobrellevar el día a día importando quizás poco que interaccionen o no con uno, pues algunas veces la sola presencia humana en un lugar completamente desolado nos hace sentir en compañía aunque de un desconocido se trate, pero ¿hasta qué punto puede ser importante esa presencia humana? ¿Y si en lugar de personas fueran «muñecos»?
De niños muchos crecimos con la compañía de muñecos como compañeros inseparables, simples figuras que de alguna manera ayudaron a crear un refuerzo emocional para enfrentar miedos o compartir algunas experiencias. Japón es un lugar muy conocido por su cultura pero también por sus excentricidades.
En la prefectura de Tokushima hay un pueblo llamado Nagoro que se ha hecho popular a nivel internacional tras un documental hecho por un alemán llamado Fritz Schumman. El documental se titula «La villa de los muñecos» debido a que literalmente lo es pues es un pueblo que está destinado a pasar a la lista de pueblos fantasmas en Japón donde los ciudadanos son cada vez menos y en su reemplazo son colocados muñecos rellenos con paja. Escalofriante para unos y divertido para otros, este lugar se ha vuelto un lugar turístico y encierra su pequeña anécdota que realmente vale la pena conocer. Hace mucho tiempo atrás el pueblo de Nagoro tenía una actividad normal pero debido a la escasez de empleo, algunos de los pobladores empezaron a mudarse a otras ciudades en busca de un futuro mejor. Las casas empezaron a quedar vacías, las familias eran cada vez menos y en las escuelas ya no se oían a los niños.
Una de esas familias viajó a Osaka por motivos de trabajo y luego de 40 años, Tsukimi Ayano quien entonces cursaba la escuela primaria y dejó su tierra siendo una niña, regresó a su pueblo natal Nagoro a sus más de 60 años de edad en el año 2002, su esposo e hija se quedaron en Osaka. Cuando volvió, el lugar lucía como congelado en el tiempo pero la población había quedado reducida a tan solo 37 personas pues uno de los mayores problemas es también lo alejado de los hospitales, siendo el más cercano a una hora y media en carro, algo no recomendable para personas de la tercera edad. Un año después de su estadía en Nagoro dedicándose principalmente a su huerto, se percató que los pájaros y cuervos arrasaban a diario sus cosechas así que decidió fabricar un espantapájaros y lo hizo parecido a su padre. Notó que las personas al pasar por ahí, solían saludar todos los días al muñeco y eso le causó tanta gracia que decidió hacer más muñecos, siendo este el principio de lo que se convertiría luego en su pasatiempo.
Descubrió así que tenía talento para fabricar muñecos y empezó a fabricar uno tras otro de diversas edades y sexos, con múltiples expresiones y con sus respectivos atuendos, los cuales iba colocando en aquellos lugares que le hacía recordar la actividad que solían realizar las personas que alguna vez estuvieron en ese lugar ahora vacío. Los muñecos están esparcidos por todo el pueblo y dentro de algunos lugares, pasear por él es encontrarse con niños en clase o corriendo por los pasillos del colegio, personas esperando el bus, obreros trabajando, personas tomando una siesta, ancianas sentadas charlando en unas bancas, etc.; y todos representados por muñecos en tamaño real. Al parecer se han contado más de 300 muñecos los cuales son reparados cada tiempo por su creadora (alrededor de cada 3 años) y según van dejando el pueblo las personas, ella los reemplaza por muñecos con sus mismas características en las labores que solían realizar, incluso tiene preparado ya su propio muñeco pues tiene presente que el día que ella tenga que partir, este ocupará su espacio.
Convertido prácticamente en un lugar turístico sin quererlo, la creadora de los muñecos narra una anécdota en la que incluso la televisión japonesa llegó a la zona para cubrir el pueblo y sus muñecos, pero para su mayor sorpresa, días después, una mujer que había visto el programa de televisión llegó desde Hokkaido (prácticamente desde el otro extremo del país) simplemente para ver a un muñeco en especial porque según aquella mujer, uno de sus muñecos tenía un increíble parecido con su madre fallecida y sintió la necesidad de verlo, está demás decir que el encuentro terminó en llantos.
Un pasatiempo muy curioso producto de una necesidad donde cada muñeco refleja un llamado a ocupar ese vacío tan importante para la comunidad. Una manera de querer darle vida a un lugar olvidado por el tiempo y que quizás, en un futuro se vuelva un lugar muy popular y posiblemente sea repoblado de nuevo gracias a los deseos de aquella mujer que lucha por mantener vivo ese recuerdo.
Por: Luis Guillermo Shimabukuro
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