Sin duda alguna, Japón es un singular país que vive a caballo entre la modernidad y la tradición. Y si hablamos de ésta última hemos de referirnos, entre otras manifestaciones, al sumo (相撲) que es el antiquísimo deporte tradicional japonés. Más de dos mil años han transcurrido desde que se conoce su existencia hasta llegar a los tiempos actuales, en los que ha llegado a gozar de una gran popularidad gracias a su adaptación a los nuevos tiempos combinado con el mantenimiento de los antiguos rituales de la tradición shintoista antigua. El sumo es un tipo de lucha libre donde dos luchadores contrincantes o rikishi (力士) se enfrentan en el dohyou (土俵), un cuadrilátero de arcilla —revestido con arena en su superficie— dentro del que está demarcada un área circular, que es donde se realiza el combate. El dohyou mide entre 34 y 60 cm. de altura y el círculo es de aproximadamente 4,55 metros de diámetro y está delimitado por una gran soga llamada tawara, que es enterrada en la arcilla. En el centro se encuentran dibujadas dos líneas, las shikiri-sen (仕切り線), donde los rikishi deben posicionarse antes de comenzar el enfrentamiento. Los luchadores solo están ataviados de un taparrabos o mawashi. Los combates están llenos de rituales. De hecho, el propio combate es lo que menos tiempo tarda en realizarse. En sumo, como en todas las artes marciales japonesas, la cortesía y el ritual se respetan y los combates comienzan con una inclinación de cabeza de ambos luchadores, como saludo. Tras retirarse brevemente a su rincón y realizar algún shiko (levantar la pierna y dejarla caer violentamente contra el suelo), los contendientes se colocan frente a frente en cuclillas para frotarse las manos y aplaudir una vez, estirar ambos brazos con las palmas de las manos hacia arriba, volver estas hacia abajo y completar este ritual poniéndolas sobre las rodillas, mostrando de esta forma a su oponente que acude al combate sin portar ningún tipo de arma oculta. A continuación se retiran de nuevo a su rincón, en donde beberán el chikara-mizu (力水), agua purificadora con la que se enjuagarán la boca, escupiéndola posteriormente. Comenzará entonces una especie de guerra psicológica en la que los luchadores se estudiarán varias veces antes de decidirse a comenzar el combate. Durante todos estos rituales, cada luchador cogerá de su rincón un puñado de sal que arrojará al dohyou para purificarlo antes del combate. El combate comienza cuando las manos de ambos luchadores tocan el dohyou. Se supone que ambos rikishi deben tocar con ambas manos antes de empezar. Una salida falsa (matta) ocurre cuando un rikishi empieza antes que el otro, y actualmente está castigado con una sanción económica. La batalla termina cuando cualquier parte del cuerpo de un luchador distinta de las plantas de los pies toca el suelo o cuando se coloca un pie o se es empujado fuera del círculo de combate. Para lograrlo, las técnicas cuentan con 82 agarres autorizados. El gyoji o árbitro, que lleva el sombrero de los nobles y una toga colorida, se encuentra en el dohyou y porta un abanico para marcar el comienzo y el final del combate. La historia del sumo se remonta a tiempos antiguos de la historia de Japón. Se mencionó por primera vez en el 712 en el Kojiki (Crónica de las cosas antiguas), primer libro japonés del que se tiene conocimiento. Relacionadas con el sintoísmo, las competiciones eran un acontecimiento organizado para interceder ante los dioses y conseguir buenas cosechas. Éste es el motivo por el que, aún hoy en día, la batalla tiene lugar bajo un tejado que se asemeja al de un santuario sintoísta suspendido del techo, y por el que se extiende sal para purificar el campo de combate durante los rituales preliminares. Los rikishi se caracterizan por tener gran peso y altura: son «gigantes” que pesan normalmente entre 90 y 160 kg. Están divididos en cinco categorías en la división superior, de las que la más elevada es la de yokozuna. El número de victorias y derrotas de los luchadores durante los seis torneos anuales determina su ascenso o descenso de categoría, a excepción de los yokozuna, que mantienen su nivel de por vida. Los luchadores viven y se entrenan en los heya, que son al mismo tiempo gimnasios, escuelas y residencias, dirigidos por ex-luchadores de alto rango. Los aprendices comienzan su formación a los 15 años.
Miguel Ángel Fujita Graduado en Literatura U.N.M. de San Marcos - Perú Profesor de español en la A.I. de Toyokawa E-mail elchasquicorreo@hotmail.com