El 15 de noviembre se conmemora en Japón una de las festividades más importantes denominada «Shichi-Go-San” (七五三), que traducida al español significa literalmente siete, cinco y tres; estrictamente los protagonistas de este día son los niños de 3 años, los varones de 5 años y las niñas de 7 años. El fin de esta celebración es orar por la salud y el bienestar de los pequeños, es por eso que miles de familias acuden a los santuarios sintoístas o templos budistas.
Antiguamente el número 15 era símbolo de buena suerte y si sumamos las edades de 3, 5 y 7 años obtenemos el número 15; además recordemos que los japoneses consideran los números impares como más beneficiosos y protectores.
Uno de los datos curiosos que debemos saber, es que esta celebración tiene sus inicios en el periodo Heian (794-1185), esto es porque en esta época la tasa de mortalidad infantil era muy alta, y es por eso que, al llegar a la edad de los tres años, los padres iban a dar las gracias a los dioses por la salud de los hijos.
Al cumplir los tres años los niños van a vestir con los trajes tradicionales por primera vez; los niños a diferencia de las niñas, van a utilizar el «hakama” (pantalón tradicional japonés) y el «haori” (traje de seda) para hacer alusión a los samuráis.
Las niñas de siete años usan el «obi” tradicional (en donde se reemplazará el cinturón obi estrecho usado en un kimono infantil por un cinturón más ancho).
Durante el Shichi-Go-San, los padres obsequian a sus hijos un caramelo llamado «Chitoseame” (千歳飴), Chitose significa mil años y se utiliza generalmente para denotar periodos muy largos de tiempo, es decir representa el «dulce de la longevidad” o «el caramelo de los mil años”. Este dulce tiene la forma de un bastón y se presenta en una bolsa que lleva ilustraciones de grullas y tortugas «Tsurukame” (鶴亀) que son dos animales símbolo de larga vida.
Uno de los destinos más populares de Tokio para celebrar el Shichi-Go-San, es el santuario Hie Shrine situado en la zona de Akasaka, o también denominada Chiyoda. El santuario presenta una gran subida de escaleras, pero merece la pena asistir ya que existe una calma y una tranquilidad acogedora. Se dice que este santuario es visitado aproximadamente por unas 2,000 familias cada año.