Quienes guardan memoria de los años 80 – este humilde servidor entre ellos – han de recordar, sin duda, una formidable producción televisiva, en formato de miniserie, llamada «Shogun» (Estados Unidos, 1980). Aunque era todavía niño, recuerdo que la veíamos con bastante curiosidad en la casa del abuelo – que nos traducía lo que estaba hablado en japonés -, y que nos trasladaba al mundo distante y exótico del antiguo Japón.
Pues bien, lector, no nos distraigamos del asunto que nos convoca: la trama narra las peripecias de un marino inglés, John Blackthorne, al servicio de la corona de Holanda, que naufraga con su buque en las costas de Japón. Es así que nuestro protagonista es capturado junto a su tripulación y apresado. Luego, su destino es morir decapitado pero, sorprendentemente, se convierte en pieza clave en la lucha política que mantienen los más poderosos señores feudales, Toranaga e Ishido, por hacerse con el control del poder supremo. Asimismo, tenemos una situación cargada de contrastes provocada por las diferencias culturales, donde ambas culturas se miran con recelo y desconfianza. Zarandeado por los intereses de ambos señores y por los de los misioneros cristianos, Blackthorne – cuyo nombre es impronunciable para los japoneses, es llamado por los locales como «Anjín-san (按針)» que significa «piloto»- va sumergiéndose poco a poco en la cultura japonesa, hasta el punto de aprender el idioma, convertirse en samurái e, incluso, enamorarse de Mariko-san, su traductora.
Blackthorne estuvo inspirado libremente en un auténtico personaje histórico: el marino británico William Adams, quien terminó convertido en uno de los principales asesores del Shogun Tokugawa Ieyasu (en la ficción camuflado como Toranaga), motivo por el cual quedó en el recuerdo como uno de los extranjeros más influyentes en la historia de ese país.
La serie, que causó gran suceso en el mundo entero, tuvo como protagonistas al actor norteamericano Richard Chamberlain como Blackthorne y al afamado Toshiro Mifune en el rol de Toranaga. Debido a que la narración de la historia se establecía desde la perspectiva de Blackthorne, muchas escenas habladas en japonés no tenían subtítulos, y el espectador entendía sólo lo que el personaje llegaba a comprender.
El marino inglés sufrirá una gran transformación con el paso del tiempo sobre su forma de pensar de los japoneses: del miedo pasa al desprecio; del desprecio a la comprensión, de la comprensión al respeto; del respeto a la admiración; y de la admiración a la asimilación. También irá ganándose el respeto de los japoneses, primero como pieza militar clave, por sus conocimientos sobre la guerra moderna y la navegación marítima, y finalmente por su valentía y honradez.
Shogun se basa en una voluminosa novela homónima – la tengo en versión digital -, del escritor norteamericano James Clavell – autor también del guion de la miniserie- publicada en 1975 y que se convirtió rápidamente en un «bestseller».
Un detalle interesante de esta superproducción es que no tiene muchas secuencias de acción – no hay grandes batallas, ni luchas de espadas, no es un drama bélico – sin embargo la historia resulta apasionante por las intrigas políticas, el juego de estrategia y el rol que desempeña Blackthorne en los hechos cruciales de la disputa por el título de Shogun. En este sentido la miniserie es una ficción histórica de aventuras con chispazos románticos. La historia avanza a buen ritmo, hasta el último episodio, donde los hechos se precipitan en tromba, y además de forma dramática para las aspiraciones del protagonista. Una gran serie, cautivante de principio a fin, que atrapará al televidente de todas las épocas. Una gran adaptación literaria llevada a las pantallas. Un consejo, caro lector: si ya la vio, vuélvala a ver y si no, qué espera. No tiene pierde.
Batiburrillo
Por: Miguel Fujita