Para aquellos países ubicados alrededor del cinturón de fuego del pacífico, es casi una obligación estar preparados ante cualquier manifestación telúrica. Japón, no es ajeno a esta situación, y desde hace décadas, es un ejemplo de cómo proceder y estar prevenidos en estos casos.
Han pasado casi 13 años desde el devastador terremoto y tsunami que dio lugar al accidente en la planta nuclear de Fukushima. El último sismo de gran recordación dentro de la sociedad japonesa. Durante dos minutos, la tierra se sacudió de una forma que nadie había experimentado en su vida. Cualquiera que haya pasado por una experiencia sísmica similar debe recordar exactamente dónde estaba y lo aterrador que se siente esta experiencia.
El terremoto del 2011 en Japón trajo varias consecuencias consigo. Una planta nuclear estaba en crisis. La planta de Fukushima había sufrido serias averías. Cientos de miles de personas fueron obligadas a abandonar sus hogares. Ni siquiera Tokio se sentía segura, como lo recordarán muchas personas por las noticias que se transmitían a nivel internacional.
Sin embargo, y a pesar de los grandes daños, el terremoto del 2011 en Japón es también una historia notable del éxito de Japón en la mitigación de tales desastres. Japón no informó sobre el terremoto de Fukushima comentando su magnitud, sino que señalaron cuánto tiembla el suelo. La escala iba del 1 al 7. Una forma de apaciguar el evidente miedo o preocupación que puede sentirse en estas situaciones.
Por otro lado, el triunfo de la ingeniería del país del sol naciente queda claro cuando se comparan las consecuencias del desastre del terremoto de Fukushima con el enorme terremoto que azotó Tokio en 1923. El Gran Terremoto de Kanto, como se lo conoce, arrasó grandes extensiones de la ciudad. Los modernos edificios de ladrillo, construidos según el modelo europeo, se desmoronaron. Las consecuencias llevaron a la elaboración del primer código de construcción resistente a terremotos de Japón. A partir de entonces, los nuevos edificios tendrían que reforzarse con acero y hormigón. Los edificios de madera tendrían vigas más gruesas.
Cada vez que Japón ha sido golpeado por un gran terremoto, se han estudiado los daños y se han actualizado las regulaciones. El mayor salto se produjo en 1981, tras el cual todos los edificios nuevos requirieron medidas de aislamiento sísmico. Una vez más, después del terremoto de Kobe en 1995, se aprendieron más lecciones.
Una medida de ese éxito es que cuando se produjo el enorme terremoto de 9,0 en 2011, el nivel de temblor en Tokio llegó a 5. Eso es lo mismo que el temblor que azotó la capital de Japón en 1923. En 1923 la ciudad quedó arrasada: murieron 140.000 personas. Mientras que, en el 2011, enormes rascacielos se balancearon, las ventanas se rompieron, pero no se derrumbó ningún edificio importante.
Es difícil pensar en cualquier otro país de la Tierra que pudiera haber experimentado el terremoto del 2011 sin sufrir un impacto mucho peor.
Es bien conocida la frase de Albert Einstein: “Locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes”.
Los japoneses claramente aprendieron de sus experiencias y, en pleno siglo XXI, pueden estar satisfechos de haber edificado en conjunto una sociedad: alerta, sólida y preparada ante cualquier desastre telúrico.
Por: Adrián Marcos García Comunicador Audiovisual de la Pontificia Universidad Católica del Perú E-mail: amarcos1771@gmail.com