Cuando llegué a Japón, lo primero que llamó mi atención durante el primer año fue la cantidad de reuniones a las que había que asistir, reuniones tanto del vecindario como del trabajo. También pude comprobar lo cierto de aquel estereotipo que hay en occidente sobre los japoneses empresarios que van en grupos a la hora de hacer negocios; con algo de investigación, roce social y experiencia, pude comprender que es uno de los engranajes que mueve la mecánica de esta sociedad.

Durante el terremoto ocurrido en Sendai el fatídico 11 de marzo del 2011, el pueblo japonés dio una gran muestra de civismo ante el pánico. Esta acción llegó a convertirse en otra lección de disciplina para el mundo occidental que observaba con asombro esas imágenes detrás de un televisor, pues sabemos que es en casos como este, cuando el ser humano muestra su verdadero rostro por la supervivencia. Días posteriores al terremoto, los medios de comunicación desempolvaban aquella filosofía ancestral que rige esta sociedad, la idea de «pensar primero en el grupo antes que en forma individual”, siendo una prueba más que la unión hace la fuerza.

Para los japoneses es normal y para los extranjeros que residen en Japón, esto no es ninguna novedad ya que desde el momento en que una persona empieza a vivir aquí, el mismo sistema social lo empuja de forma positiva a formar parte de las actividades de cooperación e integración a grupos sociales. Se podría decir que Japón es un país lleno de reuniones, esto tiene mucha lógica si nos basamos en que es parte de la estructura de un grupo.

En una sociedad homogénea que ha crecido de forma independiente por el hecho de ser una isla y con gran número de población centrada en ciertos puntos urbanos, este sistema resulta muy útil e incluso necesario, pero como sabemos, todo sistema por muy efectivo que sea, tiene siempre sus pro y sus contra, y desde luego, también su talón de Aquiles. Las personas que por alguna razón no son aceptadas en algún grupo social o que simplemente por decisión propia evaden los grupos, se convierten en presa fácil del hostigamiento, un tema actualmente muy discutido en Japón.

Los factores positivos de actuar en forma grupal, se reflejan más en actividades donde es necesario la coordinación de equipo; actividades que pueden verse reflejadas en el trabajo, el deporte grupal, maniobras de equipo como militares o de evacuación en masa, entre otros; e incluso en la toma de decisiones de gran riesgo, pues se dice que esto lo hacen para evitar que una sola persona cargue con el peso de toda la responsabilidad (de aquí posiblemente el motivo por el cual los empresarios vayan en grupo). Por otro lado, depender de un grupo influye de forma negativa en algunos aspectos como en la toma de decisiones de manera independiente, crea cierta pérdida de identidad estando fuera del mismo, miedo al «que dirán”, limitarse a imitar lo que hace el grupo para no sentirse excluido, etc.

Una de las teorías que pude leer en su momento del porqué Japón tiende a formar y actuar de forma grupal, se basa en el trabajo. Cuentan que desde tiempos remotos, la agricultura y otras labores de campo eran la base de su sistema y como sabemos, es necesario agruparse y organizarse para estas labores, algo que quizás ha quedado inculcado de forma instintiva hasta la actualidad, vale decir que en las escuelas también se inculca esta disciplina.

Reuniones de grupos comunitarios, laborales, sociales, religiosos, tribus urbanas y más reuniones; puede resultar hasta incómodo para un extranjero, pero al final tiene resultados positivos en muchos aspectos. La organización y la comunicación dentro de los grupos son sin duda elementos indispensables para un país como Japón que suele enfrentarse a terribles desastres naturales. La misma naturaleza nos ha enseñado que diversas especies necesitan trabajar en grupo para enfrentarse a los grandes retos. Hormigas, abejas, peces o aves; pequeñas criaturas que se organizan de forma increíble y son regidos por una jerarquía la cual respetan, curiosamente algo muy visto en Japón y para finalizar, resumiéndolo a una frase muy popular en occidente (que aquí al parecer no encaja), podemos decir de forma contraria que «en Japón es más efectivo ser cola de león que cabeza de ratón”.

Por: Luis Guillermo Shimabukuro

 

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