MIL VOCES

Ya es de noche…miro al cielo y la luna me sonríe. Mis lágrimas caen. Agradezco al
Todopoderoso por el milagro en mi vida. Un ángel me ayudó para tener esta inmensa alegría,
para no perder la fe y esperar con calma.
– Buenos días, ¿con la señorita Cecilia Portilla?
– Buenos días, si soy yo. ¿Quién es usted?
– Llamo del hospital Sabogal. Su audífono ya llegó. Tiene que venir este sábado 28 a
recogerlo URGENTE.
– ¡Oh, muchas gracias por avisarme! Iré el sábado.
Recuerdo que estaba en el colegio cuando recibí la llamada. No pude gritar, saltar, llorar…mi
corazón palpitaba muy fuerte. Yo esperaba resignada el mes de noviembre porque me habían
informado que el trámite demoraba un año.
Llegó sábado… y prácticamente corrí hacia la oficina de Asistencia Social. Me entregaron el
audífono. Firmé documento de conformidad y recibí otro donde me detallaban la atención en
una clínica por San Borja. Ya en el bus de regreso, no dejaba de mirar la cajita…aquel pequeño
audífono que cambiaría mi vida. No me atrevía a sacarlo del estuche, tenía miedo de romperlo
o dañarlo, solo miraba, solo soñaba el momento de tenerlo ya puesto en mi oído enfermo, el
derecho, el que sufre de Hipoacusia y algiacusia. Con el izquierdo no hay nada. No escucha
absolutamente nada desde mi nacimiento.
Hoy, sagrado jueves, bendita tarde. Llegué a la clínica. Excelente atención, empatía, respeto.
Me explicaron cómo usarlo, regularon los sonidos, que al inicio casi me revienta el oído. Me
enteré que solo me queda el 40% de audición y que debo usar de manera permanente el
audífono.
Salí muy contenta. Recordé a Arquímedes cuando salió a la calle desnudo gritando: ¡Eureka!,
yo quería gritar: ¡Ya escucho mejor! Estaba infinitamente feliz.
Recordé de pronto a una amiga que me dijo: “ay, no escuchas. Estás enferma. Bueno, te
volveré a llamar cuando recuperes la audición”, (me dolió mucho sus palabras…no hubo más
comunicación).
A varias personas les faltó empatía. Alguien muy cercano en su desesperación e impotencia, en
el mismo día de Navidad, me dijo: “ Ceciliaaaaaaaaaaaaaaaaaa…¿por qué no escuchas?
Respóndemeeeeeeeeeeeee. Me miró con mucha ira. Yo solo bajé los ojos. Contuve mis
lágrimas. Luego exclamó una grosería y se fue. Al quedarme sola lloré pidiendo un milagro.
Creo que mi ángel me diría: “Ceci, no recuerdes cosas tristes. Ya pasó. Sonríe”. Entonces seguí
caminando por la transitada calle. Muchos claxon sonaban de manera continua, pero pude
regular el audífono. ¡Gran alivio!
Subí al tren y parecía la torre de Babel. Escuché a todos.
– Amigo, estás libre? Necesitamos un ayudante para este sábado (hombre mayor)
– Mamá, tengo frío (un niño desde el asiento)
– Zzzzzz… (alguien roncaba )
Eran mil voces…yo volteaba a la derecha, a la izquierda, sonreía sola; estaba mareada por
tantos sonidos, pero feliz por esa nueva experiencia.
Ahora queda seguir las indicaciones. La primera semana solo debo usarlo dos horas, las
siguientes cuatro horas…y así cuidar mucho el pequeño aparato que ha cambiado mi vida. Me
entusiasma pensar que podré aprender a tocar piano y quizás realice mi sueño de ser
cantante. Nada es imposible para quien tiene paciencia. Nada es imposible si tenemos fe y
perseveramos. Hoy se marca la fecha como un milagro divino. Hoy empezó un mundo nuevo
para mí. Estoy celebrando… ¡SALUD!

¡Gracias por leerme!

CECILIA PORTILLA – PERÚ

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