Debido a la enorme importancia que la sociedad japonesa pone en la educación, el sistema es complejo y conviene planear las transiciones a la siguiente etapa en la carrera de un niño con un año de antelación. Por ejemplo, aunque la educación obligatoria llega hasta los quince años, y por lo tanto uno puede pasar de su colegio público a su instituto de secundaria automáticamente, el paso al bachillerato (koukou) no será automático sino por examen, por lo que ya en sexto de primaria hay que decidir la mejor vía para nuestros hijos. Si se pretende que el niño estudie bachillerato, es necesario considerar si le conviene más entrar en uno de los programas públicos o privados que incluyen secundaria y bachillerato en un solo lote. En otras palabras, los seis años de secundaria y bachillerato pueden dividirse en dos instituciones separadas, con examen para entrar en la segunda, o se pueden realizar en un programa conjunto en la misma institución, con examen para entrar al principio. Algunos de los programas de seis años están adscritos a una universidad y prácticamente garantizan la entrada en ella, mientras que en otros casos no es así. La mayoría de estos programas combinados se dan en instituciones privadas, aunque hay programas públicos, a menudo muy buenos.
La primera vía, la de cursar la secundaria en el instituto público que corresponde geográficamente al domicilio, implica un examen para entrar en el bachillerato al final de esos tres años. Muchos niños se preparan para ese examen desde primero de secundaria, lo que acarrea un gasto adicional para los padres, quienes han de asegurarse de que sus hijos asistan a una academia privada (juku). Si logra entrar en un programa de seis años que combina la secundaria y el bachillerato, el niño y los padres se ahorrarán el examen del bachillerato y por tanto el juku, pero para ello se tendrá que pasar un examen en enero del año en que el niño se encuentra en sexto de primaria. La solicitud para estos exámenes se realiza en el otoño anterior, por lo que, insisto, es imprescindible planear ya desde el inicio de ese último grado de la escuela.
Esta realidad, a veces confusa, exige reflexiones acerca de varios temas: por un lado, sobre el llamado «infierno de los exámenes” en el que viven las familias, que llegó a su punto álgido en los años ochenta y que dio lugar a toda una industria del estudio fuera de las aulas oficiales. En la actualidad, la competitividad no es tan extrema como en aquellos tiempos debido al descenso de la natalidad, pero aún determina la vida de los adolescentes. Por otro, esta situación nos recuerda la necesidad de concebir la educación de un niño con perspectiva global, estimando el grado de madurez del mismo para cada una de las opciones disponibles y considerando varias etapas futuras desde el principio. Por último, es conveniente examinar cuidadosamente las razones personales para elegir cada una de las opciones, más allá de estereotipos e ideas preconcebidas que circulan y que a veces llevan a las familias a una decisión financieramente insostenible y pedagógicamente injustificada.
Aunque no es exclusivo de Japón, el énfasis en los exámenes es muy notable en este país. A partir de la secundaria, casi todo se decidirá en test de tipo cerrado (en los que hay una sola respuesta correcta). Hasta quinto de primaria, en el colegio no se suele entrenar a los niños en las estrategias para tomar exámenes. Algunas veces se realizan pequeños test, pero los niños tienen la sensación de que son meras tareas de clase. Asimismo, los informes de fin de año de primaria que en otros países o épocas contenían calificaciones, no incluyen puntajes, sino apreciaciones de los profesores, que miden el progreso con estándares como «lo puede realizar” (dekiru), «lo realiza muy bien” (yoku dekiru) o «todavía le falta para llegar” (mou sukoshi), y suelen ir acompañados de comentarios sobre lo positivo que ha logrado el niño a lo largo del trimestre. En otras palabras, hasta el último año de primaria, ni los niños ni los padres tienen conciencia de lo que significa suspender o aprobar, pues no existe el concepto de repetición de curso por mal rendimiento.
En el último curso de la escuela, sin embargo, se comienzan a administrar exámenes de forma regular. Muchos niños no saben cómo afrontar esto y suspenden, sin que nadie identifique que el problema es que no alcanzan a comprender qué significa ser examinado y cómo se preparan los exámenes. Los niños que para esta edad ya han acudido a un juku no muestran problemas, pero algunos de los que no tienen experiencia se encuentran perdidos. Las familias pueden orientar a los niños en estas tácticas si están alerta sobre el problema. El problema de los exámenes del colegio es solventable dentro de la casa.
Suele decirse que solo en las academias privadas se pueden preparar los exámenes de entrada en los institutos de secundaria, y hay algo de verdad en esto, pero hay que tener en cuenta algunas cosas antes de lanzarse a esta vía ciegamente: una es que los consejos que se reciben en el juku sobre el número de horas o de días a la semana que convienen al niño a menudo tienen que ver con la necesidad de asegurarse la reputación (no se pueden permitir fracasos, por lo que hay que sobre actuar) y los ingresos del negocio, y casi nunca evalúan su salud. Ahora que hay menos niños, es fiera la competencia y necesaria la rentabilidad por niño. Se oyen historias de niños o adolescentes que pasan seis o siete horas un domingo en el juku, que van a las cuatro de la mañana porque ya no queda espacio en las horas normales, o que están hasta casi las diez de la noche en la academia, aunque al día siguiente deben ir al colegio temprano. Se impone una reflexión sobre el sentido común de estas prácticas y sobre el equilibrio entre lograr un objetivo y el sacrificio personal que eso supone en una etapa de crecimiento, donde comer bien y descansar un número de horas es esencial. La sociedad todavía no ha realizado esta reflexión, por lo que es una responsabilidad personal seguir la corriente, o matizar las horas de preparación de los exámenes y buscar alternativas.
En mi opinión, si los padres no pueden ayudar a su hijo en temas académicos por falta de tiempo o conocimiento, es necesario pedir ayuda en forma de profesor particular o juku, pero en muchos casos no es esencial prolongar esto más de lo estrictamente necesario para entrenar al niño en las estrategias de examen. Lo importante es enseñar al niño lo que son los exámenes y cómo debe estudiar para ellos de antemano, ya desde quinto de primaria. Es esencial entrenarlos de alguna forma, pero no es necesario que eso se convierta en una obsesión ni en una adicción al juku, ni que los contenidos estudiados superen en mucho el nivel en el que se encuentra el niño. Cada familia debe tomar estas decisiones dentro de sus circunstancias, poniendo como prioridad la salud del menor, ya que la incidencia de depresión, estrés e insomnio en la adolescencia es cada vez mayor y muchos hábitos de alimentación y enfermedades mentales de la etapa adulta se gestan en una infancia llena de frustración y tareas sobredimensionadas. Dicho esto, lo cierto es que los niños tienen que aprender a examinarse, y cada familia debe buscar la forma de que esto se produzca y de que el menor encauce su futuro de una forma exitosa. Para ello, es conveniente plantearse con detenimiento las razones y los objetivos por los que uno elige una institución u otra. Este será el tema de la próxima entrega.
Por: Montserrat Sanz Yagüe Lic. en Filología Inglesa por la U.C. de Madrid Dra. en Lingüística y Ciencias del Cerebro y Cognitivas Univ. Rochester EE.UU. Catedrática en la Universidad de Estudios Extranjeros de Kobe