Las lenguas pueden estudiarse como instrumento práctico para algún fin o como expresión de uno de los más gratificantes ejercicios intelectuales de entre los que persiguen los humanos. Después de veinte años de enseñar español en Japón, todavía me produce admiración comprobar el compromiso de muchos miembros de esta sociedad con el aprendizaje de una lengua que al fin y al cabo no necesitan para nada. La dedicación intelectual de estos aprendices les engrandece, les dignifica, y supera con mucho al utilitarismo de aquellos que aprenden una lengua por obligación profesional. Me estoy refiriendo a los miles de ciudadanos japoneses de todas las edades que toman cursos en centros culturales, que asisten a eventos relacionados con la lengua, que compran mensualmente el librito de los programas televisivos y radiofónicos y que los siguen fielmente. Muchos de los que han alcanzado un nivel avanzado estarán leyendo estas páginas también. A ellos, mi admiración y mi agradecimiento.
En cambio, muchos de nosotros, aun teniendo razones poderosas para aprender su lengua (nada menos que habitar sus islas, por ejemplo), dejamos que pasen los años sin conseguirlo y en muchos casos sin siquiera intentarlo. Esto lleva no solo a fracasos profesionales y a dificultades en la vida diaria, sino también en muchos casos a ruptura dentro de la familia: los niños comienzan a alejarse de unos padres cuya lengua no hablan y que no les entienden, que no pueden seguir los mismos programas de televisión que ellos, que no comprenden el sistema escolar y que no se comunican bien con los maestros.
¿Cuáles son nuestras poderosas razones para no estudiar japonés?
Es común convencerse a uno mismo con argumentos como que es muy difícil, que ya estoy mayor para esto de los kanjis, que no tengo tiempo… Todas estas excusas son ciertas: no es fácil aprender una segunda lengua, y mucho menos una con un sistema de escritura como el japonés. En nuestra edad adulta, nuestras obligaciones prioritarias son trabajar y atender a nuestros hijos, y eso deja poco tiempo para el estudio. Pero quizá sea bueno replantearse el problema desde una perspectiva completamente distinta, la que nos ofrecen todos esos japoneses que están aprendiendo nuestra lengua, que nos ayudan diariamente, y que lo hacen por amor al arte.
Una de las claves para emprender el estudio de una segunda lengua con éxito es la de hacerlo porque sí. Los humanos venimos preparados para resolver problemas complejos y gozar con ello. Terminar un rompecabezas o un crucigrama, resolver un problema de mecánica y hasta desenredar un hilo son actividades gratificantes. Algunas de ellas las realizamos como parte de nuestro ocio, que no consiste solo en descansar, sino en emprender alguna tarea que nos estimule el cerebro. De ello se derivan brotes de adrenalina que nos gustan. Aprender una lengua extranjera no se diferencia en lo esencial de esas actividades que he mencionado: se trata de enfrentarse a un problema difícil, resolver pequeños pasos para la consecución del resultado final, e ir extrayendo ratitos de gozo cada vez que uno de los obstáculos se supera. Las personas que estudian una lengua como hobby lo hacen porque han descubierto el placer en el estudio, que es uno de los signos de madurez en la vida.
¿Por qué tomar el aprendizaje del japonés como parte de nuestro quehacer laboral, cuando podemos mirarlo como una actividad de ocio?
Aprender un kanji al día no sería un reto tan complicado, y en algún momento llegaríamos al instante eureka en el que comenzamos a ver las conexiones entre uno y otro, y construiremos un reto mayor, como en los juegos. Así es como funciona.
Por: Montserrat Sanz Yagüe
Lic. en Filología Inglesa por la U.C. de Madrid
Dra. en Lingüística y Ciencias del Cerebro y
Cognitivas Univ. Rochester EE.UU. Catedrática
en la Universidad de Estudios Extranjeros de Kobe