Viviendo en Japón

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Con grandes maletas cargadas de sueños y esperanzas, muchos latinos llegamos a Japón en busca de un futuro mejor. Algunas familias se aventuran dejándolo todo mientras que otros dejan a sus familias y vienen en busca de un empleo que les permita enviar algo de dinero. Las historias y motivos del viaje se cuentan por centenares; sin embargo todos los personajes se unen en un mismo punto y situación experimentando ese camino que muchos ya atravesaron.

Ya establecidos, con algo de suerte, encontraremos algún grupo de hispanohablantes, ya sea en el centro laboral o vecindario; un pequeño círculo donde podremos cobijarnos con personas del mismo idioma y algunos con más experiencia. Hacemos mil preguntas, recibimos consejos y aprendemos paulatinamente algo sobre la sociedad japonesa; empezando así la adaptación a una sociedad con una cultura muy distinta.

Más adelante y con algún conocimiento del idioma japonés, empezamos el roce social con los mismos japoneses y a descubrir más a fondo su tradición. Los retos son muchos, aprender el idioma japonés y algunas costumbres, nos hace olvidar la nostalgia por unos momentos. Para muchos es como volver a nacer, empezar de cero: aprender otro idioma, otras costumbres, conocer nuevas personas, un nuevo empleo; es decir, construir una nueva vida.

El idioma japonés se nos presenta al principio como un lenguaje hostil, casi imposible de aprender y la impotencia de no poder expresarnos se vuelve nuestra mayor frustración.

Normalmente es la inseguridad lo que nos frena a practicar el idioma japonés pues nos preocupa cometer un error usando una palabra equivocada. Ver los modales y normas de etiqueta nos inmoviliza aún más y nos limitamos a imitar lo que vemos; aunque muchas veces reclamamos, renegamos y criticamos demasiadas reglas.

El mismo entorno nos va empujando hacia las costumbres y normas niponas, esto hace automáticamente que dejemos algunos de nuestros malos hábitos hasta llegar a un grado de disciplina. Empezamos a apreciar el silencio y la limpieza de nuestro vecindario y nos unimos al trabajo colectivo de limpieza con los vecinos voluntarios adultos y niños. No tenemos el descaro de arrojar basura a las limpias calles, no queremos ser esa «oveja negra” que todos señalen.

Cada extranjero obviamente tiene un punto de vista diferente, algunos consiguen adaptarse y comprender la mecánica de esta sociedad, otros quedan opacados por alguna mala experiencia manteniéndose a la defensiva.

Dentro de nuestro pequeño círculo de extranjeros, escuchamos buenos y malos consejos, conceptos errados y acertados donde cada uno quiere imponer su punto de vista, todo esto basado en la educación de cada individuo. Algunos tienden a comparar culturas, otros prefieren aprender y enriquecerse.

Que alguien nos entregue algo que dejamos olvidado en un lugar público, recibir  una llamada telefónica de la policía diciéndonos que alguien encontró la cartera que perdimos, notar que tenemos libertad para llegar a casa a altas horas de la noche sin ser asaltados, saber que podemos encontrar algún establecimiento comercial abierto en caso de alguna necesidad, el orden dentro de algunos lugares, las áreas verdes bien mantenidas y los casi exagerados servicios y atención al cliente; nos hacen recordar constantemente que estamos en Japón. Detalles positivos que se repiten de diferentes maneras, hacen que un extranjero absorba parte de esta cultura para contrastar con la comunidad nipona, y que al cabo de unos años, queramos o no, nos demos cuenta que Japón nos ha cambiado. Si hemos  venido a Japón con fines de juntar dinero y llevarnos un capital, quizás terminemos llevándonos algo mucho más valioso.

 

 

Por: Luis Guillermo Shimabukuro

Artículo para el espacio «Japoneando” del programa radial «Latin-a”.

 

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