Lunes veintiuno de marzo, seis de la tarde, llego a la Estación final: Bayovar. Ya son tres
semanas en que el ritmo de mi vida ha cambiado. Coloco el pie derecho en el primer peldaño
de la escalera eléctrica y se escucha muy fuerte: “Lleve sus mandarinas sin pepa, caserita. A
dos soles nomás, aproveche”, luego: “palta fuerte, lleve su palta fuerte para el desayuno y la
ensalada”, y otro ofreciendo sus sandías. Pareciera que se turnaran entre los tricicleros. El
megáfono que usan está amarrado muy alto y es imposible no oírlo. De pronto veo a una joven
con un megáfono en su cintura: “Casa Blanca, suba, suba”, luego otro: “Portón, portón,
Jicamarca, suba, suba”. Y yo parada en una esquina rogando que aparezca el bus milagroso
que me salve de ese grave caos auditivo. La línea 50 no aparece. Trato de calmar mi ansiedad
con un “Halls rojo. Y para mi mala suerte no tengo algodón para colocarlo en mi oído derecho.
Entonces solo me queda cubrirlo con mi mano para no agravar más mi situación de Hipoacusia
y Algiacusia.
Miro a la derecha, a la izquierda, al frente, nada ni un policía. Suenan los claxon, entre autos,
buses y combis se pelean por un pasajero. Nadie respeta los colores del semáforo. No se
mueven hasta que suban pasajeros. Los minutos pasan y las personas caminan apresuradas,
soy la única extraña y fuera de este mundo que mantiene la mano en su oído.
Martes veintidós, cuatro de la tarde, fui a recoger un encargo en la Estación. Vi a un policía y
dialogamos unos minutos. Le pregunté si los tricicleros que están allí tendrán autorización y
me respondió que seguramente la Municipalidad se los ha dado. Le comenté que hay días en
que usan el megáfono de manera exagerada, hasta en el tren se escucha lo que anuncian.
Nadie les prohíbe trabajar, solo se pide respeto a los decibeles de sonido. Y justo en ese
momento se oye a los choferes presionando sus claxon. Y le dije: “¿Se da cuenta? En otros
distritos les aplican una multa por usar de manera excesiva, sin embargo aquí, no hay orden ni
respeto a la salud auditiva. Yo sufro de Hipoacusia y quizás sea la única que reclama y
protesta”. Saqué mi celular y procedí a tomar fotos de la zona. Vi a la joven con su megáfono
en la cintura, apunté la cámara, pero ella corrió a esconderse. El policía me miró serio
diciéndome: ¿Dónde nos quejamos? Inmediatamente cruzó la pista y me dejó pensando: Nadie
va a cambiar esta situación. Las personas se han acostumbrado al caos, es normal caminar en
medio de tanto bullicio. Mientras los afectados no seamos una mayoría, esto continuará. Estoy
sola en este reclamo, en esta protesta sin eco. Parafraseando a Martin Luther King, diría:
“Tengo el sueño de que un día todas las personas respeten al que está a su lado y solo
ofrezcan amabilidad y empatía”, “tengo el sueño de que un día todos cumplan la ley a
cabalidad para traer paz y progreso a nuestra sociedad”.
¡Gracias por leerme!
CECILIA PORTILLA S. – PERÚ