Imagen comunidad con imagen país

Siempre se dice que una persona o un grupo que vive en el exterior es la imagen del país del que son oriundos y a medida que prolongan la estadía y se integran a la sociedad, sus conductas y sus actividades, los bailes y los cantos en sus festividades, los platos típicos que ofrecen en restaurantes o reuniones comunitarias, etc., son el reflejo de su identidad y diversidad cultural.

La comunidad latina en Japón ya tiene un cuarto de centuria y con sus altibajos ya se puede decir que está bastante estabilizada socialmente. Además, las dos comunidades más grandes, la brasileña y la peruana, tienen de por sí una «imagen país” que les favorece enormemente en la identificación y aceptación como comunidad dentro de la sociedad japonesa. Ante todo, porque son países que tienen un enorme patrimonio natural y cultural-histórico que para los japoneses, más allá de la lejanía geográfica, no le es muy ajeno ni totalmente desconocido. Y son países donde congregan una comunidad nikkei desde la preguerra donde Japón por su situación económica y social necesitaba promover la emigración al exterior. Por ende, aunque hayan pasado muchos años existe ese sentimiento de gratitud. En el caso de Brasil con solo decir Carnaval de Río y fútbol, y en el de Perú con decir Macchu Pichu y Nazca, casi cualquier japonés puede identificar ambos países. No todos los países tienen esa suerte.

De todos modos, no siempre han sido bien utilizadas estas imágenes para fomentar mejor la integración y la comprensión mutua dentro de Japón. Y mucho menos, cuando dentro de la comunidad suceden hechos delictivos de enorme impacto mediático que más allá de la cobertura que den, generan un imagen no muy positiva no solo del país sino de la comunidad en su conjunto. A diferencia de años atrás, los medios japoneses han sabido diferenciar mucho mejor estos lamentables hechos con la imagen país, aunque es inevitable que afecten negativamente la valoración hacia la comunidad de un colectivo.

Desde los últimos meses del año 2015 hasta la fecha (febrero de 2016) han sucedido una serie de delitos (homicidios) de suma gravedad donde los autores son migrantes peruanos. También, ha habido robos y accidentes de tránsito doloso con fuga, tanto de peruanos como brasileños, tanto en la región Kanto como Kansai. Salvo el caso de Kumagaya, en la Prefectura de Saitama, que es un homicidio múltiple, la reacción mediática japonesa ha sido bastante prudente; aunque en las redes sociales se observan comentarios muy duros y condenatorios no solo de los hechos, sino también hacia la comunidad peruana.

En estos más de 25 años de vida y aprendizaje en Japón, los latinos, sea como individuo o como comunidad, han generado diversos anticuerpos y mecanismos de integración para sobrellevar cualquier situación perjudicial que afecten el buen nombre, la dignidad y la posibilidad de seguir viviendo en esta sociedad. En los ’90 aumentaron los delitos de los extranjeros en general y entre ellos los de los latinos también, donde además de los robos de grupos organizados lo que más complicó fue la compra y venta de productos robados dentro de la misma comunidad peruana. Posteriormente, en la comunidad brasileña aparecen cientos de casos de accidentes de tránsito doloso con fuga de los autores al Brasil. Hubo varios casos donde las víctimas han fallecido o han quedado discapacitados de por vida sin poder gozar de ninguna indemnización, ni tampoco se hizo justicia para condenar a los autores. Solo a través de la «penalización derivada” (dairi-shobatsu), se pudo sancionar judicialmente a algunos autores bajo la ley brasileña con penas livianas de ese país.

Y en la comunidad china, los efectos del famoso incidente de los «gyoza” (empanadas chinas) y verduras congeladas en mal estado producidos en China, fueron destructivos. No es que la comunidad china local haya sido el autor de estas ilicitudes, pero esa «mala imagen” quedó pegado en la comunidad y por ende el Barrio Chino de Yokohama que al año recibía en esos tiempos unos 14 millones de visitantes sufrió una baja muy grande y varios negocios tuvieron que cerrar. Algo parecido se ha dado, recientemente, en el Barrio Coreano de Shin-Okubo, Shinjuku, donde la tensión político-diplomático entre ambos países afectó muy negativamente a los negocios culturales y gastronómicos del K-Pop.

Cuando ocurren hechos delictivos o incidentes que afectan la salud y la seguridad de una sociedad, es obvio que la comunidad afectada siente temor e incertidumbre de cómo puede afectar eso en la vida cotidiana, más precisamente, en la renovación de un contrato de empleo o de alquiler de una vivienda, en la obtención de un crédito personal en un banco, la apertura de un negocio étnico, en hechos de aislamiento y hostigamiento en la escuela, etc.

El tema es cómo aminorar estos riesgos y generar los mecanismos de recuperación para que el daño que causa sea lo menor posible.

Y he aquí la importancia de lo que hay que hacer y se debe hacer, además de aprender de otras comunidades extranjeras que ya han pasado situaciones mucha más duras. Por un lado, está la de cultivar buenas amistades en el entorno japonés, sea en el trabajo como en el vecindario, y participar más activamente en las actividades sociales de la escuela, del municipio y de asociaciones locales. No solo es poner un puesto de venta de anticuchos en los festivales internacionales que organizan los municipios, sino también ser miembro asociado de una asociación internacional y participar en la organización de diversos eventos que puedan fomentar la comprensión y el conocimiento de nuestros países, sea a través de la gastronomía, el idioma español y las expresiones culturales.

Luego, estaría que los dirigentes que en general son los comerciantes medianamente exitosos, sean los interlocutores con el Consulado y la Embajada para facilitar la organización de esos eventos en los municipios y viceversa. Los brasileños, los filipinos y vietnamitas, han logrado institucionalizar un poco más estos mecanismos de cooperación, pero no es tarea sencilla por los mismos recelos y envidias que hay en el seno de la comunidad extranjera. En realidad, estos «dirigentes o interlocutores confiables” deberían transformarse en nexo con las autoridades japonesas, en sus distintas competencias y niveles decisionales.

Y lo otro es que, a través de algunos eventos como festivales y actividades culturales de gran envergadura, convoquen público y la atención de los medios japoneses. Y que en esos eventos estén presente, por lo menos en la apertura, autoridades de relevancia para dar un marco institucional de seriedad, integración y colaboración. En ese sentido, los chinos que ya tienen más de 150 años en Japón y han pasado muchas situaciones adversas, a través de la gastronomía del Barrio Chino y los negocios anexos que generan empleo y riqueza, han sabido promocionar una «imagen comunidad” que les ha permitido superar aún los avatares políticos entre Japón y China. Este barrio no solo es una atracción turística que mueve 20 millones de visitantes al año, sino que es un centro de difusión de su cultura y la misma cámara de comerciantes chino contribuye con importantes donaciones a todo tipo de actividades culturales de la Prefectura de Kanawaga y del Municipio de Yokohama. Su presencia institucional es una garantía de integración y trabajo conjunto.

Es cierto que uno o dos hechos no pueden dañar totalmente la imagen de una comunidad, pero sí pueden causar algún tipo de daño y casi todos son conscientes de que eso genera temores, máxime como los ocurridos en los últimos meses. Algunos argumentan que es consecuencia del aislamiento y la fatiga emocional victimizando al autor de estos graves hechos criminales, pero el tema es cómo reconstruir nuevamente la confianza perdida.

 

Delitos de extranjeros en estos 20 años, DN, 2013

http://www.discovernikkei.org/es/journal/2013/7/5/delitos-de-extranjeros/

Instituciones latinas de Japón, DN, 2010

http://www.discovernikkei.org/es/journal/2010/8/17/nikkei-latino/

Por: Lic. Alberto Matsumoto
www.ideamatsu.com

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