Estamos en época de exámenes de ingreso a centros escolares y universidades. Se dice en Japón que estas pruebas deciden las perspectivas de futuro de cientos de miles de estudiantes, cuyas familias se han sacrificado por largo tiempo para poder asegurarles unas buenas credenciales, que serán determinantes del empleo y del estatus social en el país.
Un compromiso educativo:
El momento nos incita a reflexionar sobre el nivel de compromiso que tiene la sociedad japonesa para con los más jóvenes y su educación. Vemos que la educación de los niños ocupa un lugar muy central en Japón, y que la vida familiar parece girar en torno a ella, particularmente la de las madres, sobre las que parece recaer la responsabilidad de la crianza y educación de los hijos.
Pero en Japón la educación no supone sólo una preocupación doméstica, sino también nacional. Es claro que existe un compromiso nacional con la educación formal de los más jóvenes, y que el estado japonés se moviliza organizadamente para favorecer el desarrollo y maximizar el rendimiento escolar de éstos. Para ello, marca las directrices de enseñanza, revisa los libros de texto utilizados, mide y evalúa los niveles educativos alcanzados, entre otros controles.
La estructura educativa 6-3-3-4
Se reconoce que el sistema educativo japonés fue modelado a partir del norteamericano durante el periodo de Ocupación de las fuerzas aliadas. Éste se ha mantenido hasta la actualidad con algunas incorporaciones para flexibilizarlo. Sus orígenes están, pues, en la Ley general de educación del año 1947 que estableció la estructura educativa 6-3-3-4 (seis años de primaria, tres años de secundaria júnior, tres años de secundaria superior y cuatro años de universidad), poniéndola bajo el control del Ministerio de educación de forma centralizadora y unitaria. Por su parte, la Constitución japonesa obliga a la escolarización durante el periodo de enseñanza básica obligatoria (nueve años), garantizando su gratuidad en los centros públicos.
El peso de los exámenes
A pesar de su estructura occidental, el sistema educativo nipón presenta también características propias. Una de ellas es, precisamente, la profusión de exámenes de conocimientos y de controles de nivel, tanto durante el curso lectivo, como a la hora de entrar a un centro educativo para iniciar un nuevo ciclo escolar, incluyendo el universitario. Así, el acceso a la universidad japonesa suele depender de un examen para el caso de las universidades privadas, y de dos exámenes para las públicas, que se pasan con un mes de diferencia.
El sistema japonés pone, pues, un peso decisivo en el examen (escrito) de ingreso a la universidad, que muy probablemente va a tener importantes consecuencias en la trayectoria futura de la persona, porque las universidades japonesas están rígidamente jerarquizadas según su prestigio y la dificultad de su examen de ingreso, y las grandes empresas y el sistema de ascensos del funcionariado público prefieren a los egresados de las más prestigiosas.
A pesar de que muchos japoneses consideran este sistema educativo orientado hacia el examen como «meritocrático” y eficiente, se alzan voces críticas en favor de la revaloración de las capacidades más creativas y humanísticas de los candidatos, pues el actual sistema de selección a menudo los deja fuera. Igualmente, numerosos estudios muestran la correlación existente entre: altos ingresos familiares y entrada de los hijos en las universidades más prestigiosas (públicas y privadas), explicada por los costes económicos de toda la preparación para el acceso, poniendo en duda la meritocracia del sistema en sí.
Sin embargo, una nueva situación socioeconómica y demográfica en Japón empuja a nuevos cambios, que esperamos reconozcan ciertas capacidades estudiantiles hasta ahora poco valoradas, incluidas las interculturales.
Por: Rosalia Avila Tàpies
Doctora en Letras por la Universidad de Kioto
E-mail: rosalia.avila@geografos.org