Ni siquiera al neuropediatra de mi hijo le cabe en la cabeza que un niño con necesidades especiales pueda ser bilingüe o que las lenguas no se estorben unas a otras. Existe tal desconocimiento sobre el bilingüismo infantil que comienzo este año con una llamada de atención sobre este tema. La razón por la que muchos médicos, maestros, psicólogos e incluso logopedas no entienden la verdadera naturaleza del bilingüismo, es que participan del mito erróneo con respecto al lenguaje que mantiene la población general: la idea de que venimos al mundo con una mente vacía (una tabula rasa) y de que nuestros mayores nos enseñan a llenarla hasta que nos convertimos en un nuevo miembro de su comunidad lingüística. Piensen un momento: si esto fuera así, si el lenguaje fuese cuestión de ir añadiendo estructuras en un saco vacío, sería imposible explicar que un niño de cuatro años genere todo tipo de frases gramaticales, algunas de las cuales no le ha dado tiempo a oír en su corta vida, y que diga cosas como «he rompido el juguete”, «esto no lo sabo”, que todos los niños dicen y que no han podido oír en su entorno.
La adquisición del lenguaje se produce porque venimos programados para identificar los mecanismos de la gramática que se encuentran escondidos en cualquier lengua humana. Tenemos capacidad para discriminar cualquier sonido o estructura que pueda existir en un idioma, pues todos ellos son un producto de la mente humana. La adquisición de nuestra lengua materna consiste en ir afinando nuestra cognición solo a aquellos sonidos y combinaciones que nos serán útiles para esa lengua en particular y en ir descartando otros que no se necesitan. Justo lo contrario de llenar un pozo vacío. Por ejemplo, cualquier recién nacido puede discriminar el sonido /l/ del /r/, pero para los nueve o diez meses, los niños japoneses ya no son capaces de distinguirlos, pues en su lengua no constituyen fonemas distintos. En cambio, un niño hispanohablante los mantendrá, porque en su lengua «hola” y «hora” son distintas gracias a esos fonemas. Y así con todos los demás mecanismos de la gramática.
El lenguaje es una abstracción mental, y las mentes no varían dependiendo del país en que se nazca: son órganos biológicamente preparados para ciertas funciones. Los bilingües lo que hacen es mantener más mecanismos activos, simplemente. No es más complicado ser bilingüe que monolingüe. Hay que almacenar el doble de palabras, pero eso es algo para lo que nuestra computadora mental está preparada. Ahora bien: lo que sí requiere el afinamiento de la mente hacia una o varias lenguas es una cantidad ingente de exposición a dichas lenguas. Un bebé oye cientos de miles de frases al día, cada una pronunciada con una voz distinta y en diferentes tonos. De ahí que sea capaz de extraer la información sobre qué mecanismos serán relevantes para su lengua. Por eso, el bilingüismo requiere de esfuerzo. Si solo se le habla al niño en una de las lenguas durante unos minutos al día, no esperen que los niños resulten bilingües. Pero si se asegura que haya siempre exposición a las dos lenguas, incluso niños con retraso tendrán éxito. En otras palabras: la dislexia y otros problemas del lenguaje ni mejoran ni empeoran con el bilingüismo. Simplemente se tienen o no se tienen y se tratan independientemente de si el niño habla más de una lengua. No se dejen amedrentar por los profesionales que todavía les dicen que el niño estará confuso si se le expone a otra lengua además del japonés. Tratemos de conseguir niños bilingües y preparados para el mundo del siglo XXI, desmontando mitos con la información científica de la que disponemos en el siglo XXI.
Por: Montserrat Sanz Yagüe
Lic. en Filología Inglesa por la U.C. de Madrid
Dra. en Lingüística y Ciencias del Cerebro y
Cognitivas Univ. Rochester EE.UU. Catedrática
en la Universidad de Estudios Extranjeros de Kobe